Amar demasiado no significa amar bien. Con frecuencia asociamos el querer mucho (cantidad), la entrega, la devoción, el servicio, el sacrificio….con el querer sano. Pero es en la calidad y no en la cantidad donde está la diferencia y lo esencial.

A menudo me encuentro en consulta con personas que sienten que, pese a haberlo dado todo, no han conseguido que su relación funcione. Suelo ponerles el ejemplo de los hijos, de los niños, porque todo es más sencillo cuando salimos de la imagen creada en nuestra mente y la extrapolamos a otros tipo de situaciones. Ahí no es más sencillo verlo con claridad. Le digo:

Imagina una madre o un padre que le da a su hijo todo. No solo amor. Juguetes, ropa, atención, chucherías, amor, caprichos…Es decir, le damos lo necesario y lo superfluo, lo que necesita realmente para crecer sano y feliz pero también toda clase de deseos, algunos arbitrarios, otros dañinos. No le ponemos límite alguno a ese hijo. ¿Quieres esto? Enseguida. ¿Se enfada? Le doy una dosis extra de todo, porque no quiero que se enfade, quiero que me quiera. ¿Crees que ese niño querrá a sus padres más o mejor que un niño que ha crecido con límites? ¿Querías a tus padres aunque te dijeran que no, aunque no te compraban todo? Los niños que crecen sin límites se convierten en tiranos, ¿a que sí? Los adultos también.

En el amor, en las relaciones de pareja, darlo todo, sin límites, tiene el mismo efecto. La otra persona no solo no lo aprecia (quizá sí al principio) sino que se acostumbra a que sea así siempre y pierde todo su valor.

Pero la cuestión no es cómo afecta ese exceso de amor y esa falta de límites a la persona amada, sino qué consecuencias tiene para la persona que ama: se convierte en un ser codependiente. El mundo gira entorno al otro. No hay vida más allá. Todo es una espera para recibir la atención o el aprecio de nuestro objeto de amor.

¿Cómo saber cuándo ese amor es demasiado?

  1. Tienes miedo a sus enfados. Los tratas de evitar por todos los medios. Porque su enfado puede llevar a la otra persona a dejar la relación o castigarte con su silencio y a veces su ausencia.
  2. Tienes miedo al rechazo y al abandono. Crees que la vida sin la otra persona no tiene sentido.
  3. No trazas límites. Todo lo das, lo que tienes, lo que no tienes, tu tiempo, tu dinero, tu energía, tu dignidad.

¿Te sientes identificado? Recuerdo que hubo una época en la que este patrón era femenino. Mujeres que aman demasiado. Mujeres con infancias en las que hubo carencia de amor. Mujeres con pasados traumáticos reconvertidas en salvadoras. En la actualidad esto se ha difuminado por completo. Ahora le ocurre a hombres y a mujeres. A personas en relaciones heterosexuales o no. A personas con infancias sin amor o con amor, con o sin traumas, con o sin abandonos previos.

Si este es tu caso pide ayuda profesional para romper patrones, para aprender a amar de manera sana. Porque este tipo de relaciones, porque la dependencia emocional, es como una adicción. ¿Se puede salir de ellas sin ayuda? Sí. Pero es menos probable, más costoso, conlleva más esfuerzo, más tiempo. No pasa nada por reconocer nuestra limitación y pedir ayuda profesional. Eso sí, no te pongas en manos de gurús que porque ellos fueron capaces de salir de la dependencia emocional te ayudan con su método. El famoso «pues a mí esto me funcionó» en psicología no tiene cabida. Porque estos problemas suelen tener una raíz profunda que solo puede trabajar un terapeuta psicólogo. Recuerda, en esto y en todo lo relativo a la salud, física o emocional, mejor un profesional cualificado.